Los reinos y las reinas

Por Angélica Cardozo Cadavid

Perdí a mi perro hace nueve meses. Dicen que la parte más dura del duelo dura seis. No sé si es verdad, pero sí puedo asegurar que el sentimiento es otro. Con el paso de los meses, el dolor, intenso e insondable, ha ido tomando tonalidades más dulces y las pesadillas de las primeras semanas han dejado las lágrimas poco a poco y se han ido convirtiendo en sueños en los que jugamos, corremos o nadamos como si nada hubiera sucedido. Mi vida con Kuma me trajo más aprendizajes que cualquier otra experiencia; mi forma de alimentarme, de moverme y de sentir a los animales se transformó para siempre gracias a su vida. Entre otras cosas, me hizo entender la humildad que debemos tener frente a otras especies. Por esa misma razón, mi deseo de Año Nuevo fue estar más cerca de los animales. Y además de desbocarme cada vez que veo un perro en la calle, después de mucho ahorrar y organizar las primeras vacaciones reales durante muchos años, viajamos a Tanzania.

Con la piel seca y las uñas negras por el polvo que se levantaba a nuestro paso en la Land Cruiser de techo abierto que conduce nuestro guía Mechac, recorrimos los parques nacionales de Tarangire y Serengeti, y la zona de conservación de Ngorongoro, un cráter en el que increíblemente viven cerca de 25.000 animales. Desde mi infancia, había visto estos paisajes adornados de baobabs en documentales, y aún así, al tener su inmensidad en frente, parecieron inconcebibles.  

Estas fueron algunas noticias que registré durante el viaje:

  • El sonido de las hienas es la nana nocturna que arrulla el sueño durante el campamento.
  • Un búfalo agoniza entre las fauces de una leona. La familia de búfalos vuelve por él pero ya es tarde. Sé que años después soñaré con su chillido al morir. 
  • Una madre y una tía enseñan a la leona más joven de la manada a encontrar agua en la sabana. 
  • Una manada de elefantes se reúne en torno al cuerpo de un ser querido y llora su partida. El más pequeño toca el cuerpo con su trompa y se despide.
  • Un jabalí ensimismado nunca se enteró de que estuvo a punto de ser comido por dos guepardos jóvenes y hambrientos que fueron distraídos por el paso de los carros.
  • Una zorra espera pacientemente el momento de robar un trozo de cebra de una pareja de leones cansados de comer.
  • Una jirafa devora su plato favorito: hojas de acacia, mientras yo me entero de que existen las acacias de tronco amarillo y entiendo la fascinación de mi madre por los árboles.
  • Un bebé babuino se agarra al lomo de su madre que recolecta semillas y frutas para el camino. Al tiempo, un anciano de la misma especie se sienta en un tronco lejos de la multitud para descansar.
  • Un cocodrilo regula su temperatura al borde del río con la boca abierta y no necesita hacer nada más para que lo ame.
  • Un leopardo se esconde entre las copas de un árbol con su almuerzo, un antílope de 200 kilos que no logró terminar la jornada.
  • Un grupo de cientos de gacelas se queda inmóvil mientras un león de 180 kilos camina apacible a sabiendas de que el territorio le pertenece. 
  • Escucho en el campamento que una mujer muy rica muere rodeada de sus tesoros después de siete décadas de hacer algo que no quería. Y nada puede tener menos importancia.

Tristemente, el único animal que no vimos de los llamados «Big five» fue el rinoceronte. La brillantez humana los ha acorralado al punto de volverlos una especie escondida y protegida de la caza furtiva. La ignorancia de nuestra especie extermina a otra que pronto pasará a verse en la sala de un museo al lado de los dinosaurios. 

Este viaje nos dejó grabadas palabras en suajili además del poderoso y filosófico Hakuna matata (que como bien enseñó El rey león significa «no hay problema»), y nos permitió conocer algo de los Masai, un pueblo de pastores seminómadas que vive entre Tanzania y Kenia. Es difícil decir qué fue lo más impactante de todo lo que vivimos. Creo que, en mi caso, lo que más me movió fue la maternidad del mundo salvaje; vi madres enseñando a cazar, lactando, transportando a sus crías, migrando y enterrando a sus muertos. La imagen de sus crías valientes conociendo el mundo y calcando todos los movimientos de sus madres me dio esperanza y me hizo sentir que todo tiene sentido. Me quedó claro que las leonas, las verdaderas reinas, son capaces de todo, y entendí la adoración que mi abuela tenía por ellas.

Como lo esperaba, vi los ojos de Kuma en todos los animales. Me sentí privilegiada de haber presenciado su esencia salvaje y me di cuenta de que el lazo que me hizo crear con la naturaleza fue el regalo más precioso que me pudo haber dejado. No creo en el cielo (ni de los humanos ni de los perros), sé que él ya no está pero tengo la certeza de que su corta vida transformó mi relación con el planeta. Hoy sé que no es el reino de los cielos ni el de los palacios el que aspiro a conocer; es el reino animal el que tiene todo por enseñarme.

2 comentarios en “Los reinos y las reinas

  1. Qué gran escrito Angie, qué inigualable experiencia. En efecto, aprendemos demasiado de los animales, en especial a vivir más centrados en el presente. Dos meses después de fallecer mi labradora hace tres años, un felino naranja callejero llegó a mí sin siquiera buscarlo.

    Vaya si he aprendido de él y de la forma única que tienen de expresar cariño. El mismo sentimiento que perdura por mi labradora en gratos e imborrables recuerdos.

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