Nos faltó dolor

Por Betty Cadavid

No es un artículo, es un llanto postergado.

El pasado 28 de junio la Comisión de la Verdad presentó su informe acerca de 52 años de conflicto civil en Colombia. Mil ochocientas páginas que intentan condensar una tragedia inconmensurable de la que resultan cifras escalofriantes que, sin embargo, no dan cuenta de todo el dolor. Más de 450 mil muertos, 8 millones de desplazados, un número indeterminado de desaparecidos que ronda los 5 mil, un promedio muy conservador de 285 masacres por año, y cada tres días, un líder social asesinado. El 80% global de las víctimas es población civil. Afirmó Francisco de Roux que, si dedicáramos un minuto de silencio a cada víctima, estaríamos callados 17 años. Suena aterrador y surreal, pero, si bien lo primero es cierto, y la palabra se queda corta; lo segundo no lo es tanto y refleja totalmente nuestra vergonzosa realidad. Al menos una parte, ya que nuestra capacidad para el silencio ha excedido en mucho los 17 años. Bulliciosos, emotivos y expresivos como somos de ordinario, a la hora de nombrar lo fundamental, de nombrarnos a nosotros mismos, de denunciar y poner el dedo en la llaga… hemos permanecido en el mutismo total. 

El trabajo de la Comisión de la Verdad comenzó oficialmente el 28 de noviembre de 2018 y terminó el 27 de junio de 2022, aunque quedan dos meses para su cierre, esperemos que temporal, durante los cuales se socializarán los resultados con los diferentes estamentos de la sociedad y del Estado. Y tal vez ése ha sido el problema: no nos sentimos seres humanos, nos sentimos estamentos. Nos identificamos con ciertas condiciones de vida, cierto estrato social, cierto grupo cultural. Nos definimos en torno a los gustos, la moda, el mercado, la profesión… el pedacito de mundo que habitamos. Pero no logramos ser el eco del otro o de la otra ni asumir que todos los muertos nos pertenecen porque todas las vidas nos atañen. “Todos somos Dylan”, “Me too”, pregonamos un par de días, y cuadramos con los amigos la hora de la cita para el cine o la rumba, y nos ponemos a contestar los correos pendientes en el trabajo.

Y no estoy hablando de empatía o de solidaridad, sentimientos que despiertan las tragedias ajenas. Estoy hablando, justamente, de que hay tragedias que no son ajenas, aunque les pasen a los otros. Estoy hablando de que el hambre, la guerra, la injusticia, el abuso, la humillación de alguno o alguna, son asunto de todos. No de todos los estamentos, precisamente, aunque sí, de todos los que nos decimos humanos y compartimos el mismo aciago ADN.

Nos faltó dolor. Nos faltó entender que el cuerpo común, el cuerpo herido y mutilado del que hablaba el padre De Roux, jefe de la Comisión de la Verdad, en su conmovedor discurso era nuestro cuerpo. Así que no se trata de que los pulmones sean empáticos con el corazón cuando nos da un infarto, se trata de que los pulmones no pueden respirar, o de que los dedos se solidaricen con la rodilla fracturada, sino que los dedos acogen y masajean la rodilla. El cuerpo común implica que, si hay una infección renal, duele la cabeza, sube la fiebre en todo el sistema, y el estómago rechaza la comida.

Parece inadecuado recordar una canción de salsa en este contexto. Una pieza que con su alegre ritmo y pegajoso estribillo invita a bailar, pero no lo es tanto, porque define un poco la profunda contradicción de lo que somos, ya que la letra es tristísima. Los colombianos tenemos esa capacidad, que no se sabe si es don o deterioro, para reírnos en los peores momentos y para evadir la tragedia mediante el entretenimiento. No creemos en nuestros derechos o en nuestras instituciones, pero somos fieles adeptos del dolor bailable. Dice la canción del Grupo Niche:

“Ese día que tú te olvidaste de mí.

Ese día que yo, ay, me olvidé de ti.

Faltó un pañuelo para secar tus lágrimas.

Faltó un amigo que me consolara.

Es cierto que hubo muchos días, muchos años, en los que tú te olvidaste de mí, y yo me olvidé de ti, pero, tristemente, no faltó un pañuelo porque no había lágrimas, ni un amigo que nos consolara porque fue el dolor el que faltó.

¿Cómo pudimos permitirlo? ¿Cómo seguimos permitiéndolo? ¿Es tarde ya? ¿Todavía estamos a tiempo o desde siempre ha sido tarde?

No es necesario suspender el cine o dejar de contestar los correos. No es que el hígado se rehúse a regular la química de la sangre, o las suprarrenales repriman la producción de insulina porque un virus tipo C ataca la laringe. El hecho es que la gripe hace que todo el cuerpo se sienta enfermo y que se pongan en pie todos los componentes del sistema inmunitario. 

Mientras esté con vida, trataré de no olvidarte. Mientras estés con vida trata de no olvidarme. Está bien que algún día tengamos que morir, pero no consintamos que matarnos es aceptable.

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