Una imagen del barroco: la exageración y la decadencia en la política

Por Lina Cabrera

El barroco es un concepto que últimamente he podido aplicar en un entorno diferente al del arte. En otras épocas peyorativa, la palabra barroco se usa para designar a todo lo contrario a lo clásico y mesurado, y consiste en puntualizar un rasgo específico de un estilo exagerándolo y delimitándolo ferozmente. Las características de los periodos barrocos son similares siempre, en la medida en la que los artistas identifican unas normas o unas características específicas de un estilo particular. Estas se calcan y se repiten de tal forma que parecería que se encontrara la esencia del estilo y como tal, se exageran para ser apreciados como “más verdaderos”. Esto, paradójicamente, hace que el estilo entre en decadencia, puesto que es una condena aferrarse a lo que no pretende cambiar. Un estilo que busca su esencialidad y la marca tan estrechamente se vuelve obsoleto por su propia inmovilidad. 

Después de casi dos años demasiado largos en el poder, Duque me parece lo más similar a un barroco uribista: copia y exagera todos los rasgos de su predecesor, mostrando la esencia desencarnada de su partido, el Centro Democrático. Un déspota, que no da espacio para el diálogo, pone a las fuerzas armadas y la violencia como primera movida efectiva ante cualquier tipo de solución de conflicto; sus políticas extractivistas y neoliberales frente a la tierra y sus pobladores, sus relaciones serviles ante los extranjeros, sus sistemas de constante vigilancia a los medios alternativos, su sistema de políticas ultraconservadoras en materia social, su revisionismo histórico y un gabinete burgués que usa para pagar favores y deudas políticas. Ese es el corazón de la derecha colombiana.

Más interesante aún, es que dicen que no es verdadero uribista porque es mesurado. Frente al ala más radical del uribismo, Uribe parece centro. Así nuestro trágico príncipe tirano, enloquece por su propia ineptitud de gobernante, puesto que cree que tiene poder ilimitado, pero su limitada sensatez, su corta mirada de progreso y su frágil humanidad corruptible, lo hacen caer en el éxtasis de la locura. Así, como si nada, responde cosas estúpidas a preguntas importantes, así es capaz de derrochar el erario público en viajes con su familia y amigos, por que él todo lo puede.

Hay que ver el cambio de la mirada del ahora presidente, que en campaña sonreía mientras en entrevistas le preguntaban sobre música y fútbol. Ahogado de poder, con un esquema de seguridad infranqueable que golpea periodistas, y un séquito violento de fanáticos, predica y practica los cánones establecidos por la otrora luz del reinado de las derechas bajo el mando de Uribe. Duque ahora mira con desdén y sin nada de gracia, —claro hasta que da una alocución presidencial y nuevamente nos trata a todos como niños estúpidos incapaces de razonar. Nos pone caritas felices y enojadas si no hacemos lo que manda— y es que el ahora presidente no tendrá jamás la gracia de su mentor, por eso tiene que jugársela toda y exagerar todo: la madurez, el control de una situación de un país que evidentemente desconoce, hasta el acento de una región que no le pertenece. Es un ídolo falso, pero cree que es bueno, realmente bueno. 

Esto, que ahora presenciamos, no es otra cosa que la exageración espantosa y sobredimensionada del corazón mismo de la violencia que empezamos a vivir al principio de este siglo, que es de otra naturaleza, muy diferente a la que se cuenta en los libros de historia sobre el bipartidismo, la guerrilla y el posterior narcotráfico. Esto que estamos viendo es el decadente rostro de una burguesía que se extingue, aferrándose a un anciano megalómano y a un impostor de la economía naranja, que nunca superó la modernidad del siglo XX. Y es que proponer modelos neoliberales de extracción de recursos naturales de la misma forma que se hacía a principios del siglo pasado, no solo implica un gobernante que le cierra enérgicamente las puertas a la tecnología limpia, y a las propuestas de sociedades colaborativas, sino también su propia incapacidad de empatizar como ser humano y de entender el momento histórico que le ha tocado. 

Y es que no podría pasar en otra época, solo un gobierno de tan cortas perspectivas, podría alzarse en un periodo en el que el capitalismo no es viable. Nuevamente es el esfuerzo inútil por aferrarse a una época que se extingue, no solo por su inviabilidad palpable, sino por su inminente autodestrucción. Esto en todos los terrenos, donde la cultura ha cambiado tan profundamente, que estamos, aun en pequeñas medidas, ante procesos de cambio inimaginables en otras épocas. 

Un comentario en “Una imagen del barroco: la exageración y la decadencia en la política

  1. Magnífico artículo que da en el clavo para describir la política del ahora presidente. Se trata de una tesis brillante sustentada con argumentos de peso. Felicitaciones a Lina Cabrera.

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