El estado de indeterminación de los desaparecidos de Armero

Por Angélica Cardozo Cadavid

Nunca he sido buena para la ubicación espacial. Soy el objeto de varias historias que se convirtieron en chiste por mi tendencia a estar perdida. Al final del verano pasado, una gran amiga vino a visitarme, y por supuesto, nos perdimos. Tomamos el tren equivocado (varias veces) y anduvimos de comuna en comuna por el norte de Italia contándonos historias mientras encontrábamos la manera de volver. Hablamos de nuestros proyectos de investigación y entonces la magia de la dialéctica se hizo presente: nos dimos luces para nuestros problemas académicos. El mío era (es) contar la historia de las niñas y niños desaparecidos de Armero para mi tesis de doctorado, un tema sobre el que he querido investigar desde mi adolescencia. Ella me compartió el ensayo “Desaparecidos: entrelazamiento, superposición y exhumación como lugares de indeterminación” del libro Los condenados de la pantalla (2012), en el que Hito Steyerl habla de la indeterminación que significa ser o estar desaparecido. Relata cómo en 1935, Erwin Schrodinger concibió un ejercicio mental: imaginó una caja en la que había un gato al lado de una mezcla mortal de radiación y veneno. De acuerdo con la mecánica cuántica, dentro de la caja no había solo un gato, sino dos: uno vivo y otro muerto, ambos encerrados en un estado de superposición, es decir, en situación de copresencia, materialmente entrelazados el uno con el otro. Este estado duraba el tiempo que la caja se mantenía cerrada. 

Este ejercicio mental de Schrodinger siempre me ha causado fascinación y ha sido la base para varias obras de ciencia ficción, pues hace posible la coexistencia de dos realidades, lo que resulta en un estado de indeterminación. El texto de Hito Steyerl me hizo pensar que las niñas y niños de Armero viven en una caja cerrada muy parecida. ¿Cómo hacer el duelo por alguien que crees y sientes que está vivo? 

Hace 35 años, una semana después de la toma del Palacio de Justicia en Bogotá, la explosión del Volcán Nevado del Ruiz acabó con Armero y dejó más de 23.000 muertos. Ese es el relato más conocido sobre ese oscuro noviembre de 1985. Pero poco se habla de que cerca de tres mil sobrevivientes de Armero quedaron sin papeles y se perdió toda la información oficial de su pasado. La historia quedó sepultada en el lodo y el caos fue el escenario perfecto para el mercado de niñas y niños que fueron adoptados dentro y fuera de Colombia. Gracias al incansable trabajo de Francisco González, director de la Fundación Armando Armero, hoy sabemos que existen cerca de 500 casos de familias que buscan a sus niñas y niños desaparecidos, y que hay decenas de madres y padres con pruebas de que sus hijos e hijas salieron con vida de la catástrofe. Los han visto en fotografías o videos, o conocen testimonios que aseguran haberlos visto en brazos de socorristas de la Cruz Roja o en el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Se han conocido algunas historias que indican que fueron llevados a Europa, Estados Unidos, Canadá y otros países de Latinoamérica.

Pero lo que debería ser un escándalo ni siquiera se conoce. 35 años después, se habla tímidamente de cómo el Estado, por su falta de regulación y desorganización, no sólo permitió la tragedia que acabó con una población, sino que fue cómplice de la fabricación de un escenario para que naciera otra: centenares de niñas y niños separados de sus familias. 

Mientras los ojos del mundo estaban puestos en los últimos y dolorosos momentos de Omaira, icono de la tragedia, niñas y niños eran traficados, su huella se borraba y muchos de ellos ni siquiera sabrán hoy cuál fue el comienzo de su historia. 

Mi amiga y yo regresamos a la casa a media noche con los pies molidos de caminar. Valoré como nunca el significado de volver y pensé que debería ser un derecho en sí mismo: poder volver. La historia de Armero me toca especialmente porque mi papá nació allá y mi abuela, que vivió tantos años de su vida en sus calles, perdió sus recuerdos por la triste enfermedad de Alzheimer. Los recuerdos, a veces, son la única forma de volver a lo que ya no existe y de no perder del todo lo que fuimos, y eso hace que conocer y contar las historias sea una forma legítima de denunciar. La misión de la memoria es una de las más dignas, y la academia, los medios y el Estado tienen un deber con las familias víctimas de una tragedia que pudo evitarse, pues 35 años después el lodo no ha dejado de correr, y los hoy adultos que fueron arrebatados de su familia tienen el derecho y merecen la retribución de recordar y poder salir de ese injusto estado de indeterminación.

Un comentario en “El estado de indeterminación de los desaparecidos de Armero

  1. Además de esta tragedia, posterior a la tragedia, es muy penoso que en 35 años nadie haya aceptado responsabilidades políticas, judiciales o económicas frente a las víctimas que sobrevivieron. Nunca hubo quien levantara la mano para pedirles perdón. Un dolor quedó sepultado bajo el lodo, y otro, enorme, contaminado con el agua sucia de todos los que se lavaron las manos. También son 35 años de impunidad.

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