Camilo Manrique falleció por muerte natural

Por Lina Cabrera.

Rubén Blades, salsero panameño y alguna vez ministro de turismo de Panamá, tiene una canción que se llama Plantación adentro, que reza así: “Camilo Manrique falleció por golpes que daba el mayoral, y fue sepultado sin llorar, una cruz de palo y nada más”. Esa fuerte sentencia no es la que me impresiona. La que realmente me llega viene un poco más tarde en la canción: “El médico de turno dijo así: muerte por causa natural. ¡Claro! Después de una tunda e’ palo que se muera es normal”, y sí. Después de una tunda e’ palo que se muera es normal.

¿Qué esperaba el mayoral? Que después de la golpiza Camilo Manrique se parara, se limpiara la tierra, sonriera, le diera las gracias y continuara trabajando, no que se muriera. “Indios débiles”, habrá pensado. Por otro lado, ¿quién iba a llorar al infeliz Camilo Manrique? Si al final, casi todos se morían por muertes naturales, ¿Qué de especial tenía la muerte de este sujeto sobre cualquier otro cretino incapaz de soportar los golpes? La diferencia entre Camilo Manrique y cualquier otra sombra que no gente, es que su nombre es una canción buenísima. Y no es poca cosa, se transforma en imagen. 

Esta imagen no solo es un objeto visual. También puede ser una proyección mental. En la melodiosa voz de Rubén Blades se construye toda una escena. Uno puede ver una plantación, un indio gritando, un mayoral despiadado, otros indios mirando al suelo tal vez llorando en silencio su propia suerte, apretando los puños con rabia, otros, los más altaneros, recordando cada segundo para no olvidar nunca; el piso mojado de sangre; el cuerpo una vez resistiendo, después indefenso, quieto. Un mayoral sudoroso, enojado, con látigo en mano, saliva en la boca y los ojos desorbitados.

Después de la horrible visión viene la reflexión. Lo interesante de las palabras es que pueden superar el dolor inmediato de los cuerpos. Después del desaliento, de la impresión, de sentir el escalofrío y la tristeza de la imagen proyectada, viene la reflexión. La mía por supuesto fue: “Mayoral hijueputa. Pero hijueputas todos los que soportan el maldito sistema que permite que haya mayorales”. Claro, el mayoral es otro infeliz que encarna sistemas. Ahora, no puedo decir que estaba muy en desacuerdo con su posición dominante, evidentemente la aprovechaba. “Mayoral hijueputa”.

Claro, los mayorales no eran todos iguales, unos eran benevolentes y no maltrataban a su propiedad, evidentemente. Pero la figura de mayoral, es en sí misma la representación de la violencia y el poder de la fuerza del sistema. Su función es la de imponer y someter. Su propia existencia es violenta. Pero digamos que el pobre mayoral es mayoral por que le tocó, si no estuviera de acuerdo con las prácticas violentas de sus compañeros mayorales, lo habrían matado, desterrado, quitado el título, o perdido su propiedad por no ser suficientemente fuerte para el trabajo, así que tendría que agazaparse y aceptar todo lo que ve, para no perder su posición, incluso a costillas de los Camilos Manriques. Un mayoral es un hijueputa o un cobarde, es verdad que no todos son iguales.

Yo, que no soy indígena y que no vivo en una plantación, apenas me hago una idea, una imagen a través de las palabras de Rubencito (amigo que me acompaña desde la infancia). Si mi querido panameño no me habla de esa forma —en medio de la fiesta, mientras yo estoy bailando con un primo, o mi papá, o algún amiguito especial—, muy posiblemente yo no habría tenido la oportunidad de pensar en todos los Camilos Manriques que han sido enterrados sin llorar, en la fosa común de algún platanal; ni en todos los mayorales hijueputas o cobardes, que se aprovechan y disfrutan los sistemas que habitan, encarnan y ayudan a mantener. Qué bueno es bailar y pensar al mismo tiempo. 

Una imagen es eso. Una posibilidad de pensar. 

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